Disputa

El texto plantea sortear las categorías con las que la derecha pretende encorsetar al peronismo. La lucha por los significados debe incluir, puertas adentro, a todos los militantes del principal movimiento político del país, de cara a las legislativas de 2021.

Por Mario César López

La madre de todas las batallas tiene una hija muy especial: la lucha por el significado de las palabras. Ese campo semántico en que conceptos como “populismo” o “gasto público” se imponen como categorías conceptuales neutras está, casi que es una obviedad decirlo, minado de munición ideológica.

Lamentablemente, algunos compañeros que se deslumbran con las bisuterías que vienen de Europa, han confundido esta batalla por el significado, que es real por ideológica, con ese otro artilugio al servicio del vaciamiento de sentido: la posverdad, que reduce a mero juego lingüístico lo que sigue siendo esa realidad que es la única verdad, y que nunca será “posverdad”. Un pibe con hambre es un pibe con hambre, no hay allí hermenéutica posible y no hay para esa verdad inapelable otro remedio que no sea que ese pibe no tenga hambre.

Dicho esto, y reduciendo nuestra dieta de vidrio de tal modo de no regalar las armas semánticas al enemigo, no debemos quienes pensamos desde el campo nacional y popular ceder ante esa tentación de quienes, para parecer profundos y a tono con el clima de época, se suman a esta caravana posmoderna, que olvida algo trascendental: la semiología siempre será una herramienta de análisis, pero jamás un modo de cambiar la realidad.

Veamos ahora qué pasa con ese otro gran invitado al campo de batalla ideológico-semántico: el concepto “racional”. Se viene hablando desde hace un tiempo de un “peronismo racional”, escondiendo detrás de este eufemismo otra furiosa toma de posición ideológica: hay un peronismo meramente sentimental, caótico, espasmódico, anómico; que configura esa otra categoría reducida a la casi periferia por la semiología política oficial: el populismo. Por afuera de éste emerge ese otro peronismo, dialogante, amable, “republicano”, en suma, racional.

Bueno: no. Entre tantas cosas que no debemos regalar sin más al adversario, son tiempos en que ser racionales además de sentimentales no es una opción sino un deber. Como esos boxeadores que empiezan a perder peleas por confiar solo en su instinto o en su mera fuerza, y deciden complementar su potencia natural con alguna estrategia que la optimice, debemos asumir, luego de perder tres elecciones al hilo (2013, 2015 y 2017), que algo hemos hecho mal, y ese “poquito así” que hicimos mal fue, sin dudas, confiar demasiado en las potencias emocionales que siempre nos han alimentado, desestimando algún tipo de programa mesurado, que cobijara bajo ese paraguas anímico a todas las fuerzas, para que justamente la emoción no nos jugara, como nos jugó, una mala pasada.

Quienes crean que hago un llamado a negar la condición de “sinfonía de un sentimiento”, que siempre ha nutrido al movimiento nacional, se equivocan. Justamente, lo que planteo es que la falsa antinomia sentimental-racional es un arma muy eficaz, utilizada por los detractores del populismo para reducirlo a la versión que mejor se ajusta a sus intereses y a los miedos del prejuicio social. El peronismo jamás fue un movimiento “solamente emocional”. La mera referencia al concepto de Comunidad Organizada habla por sí sola, pero por si acaso, y sin estirar hasta la desmesura esta introducción, nunca está de más hacer referencia a la interminable lista de pensadores, poetas, artistas, que han sido y siguen siendo el faro al que siempre debemos volver cuando las sombras acechan.

El amigo Aristóteles, que también era peronista, diría que no está mal enojarse, pero que hay que hacerlo en la medida adecuada, es decir, encuadrar una emoción genuina dentro de un esquema racional que le permita expresarse “en su medida y armoniosamente”. Todos estamos enojados, muy enojados, y asustados. Enojo y miedo son dos emociones demasiado básicas como para dejarlas ser sin más. Estamos enojados con el gobierno de Macri, pero también debemos estarlo con los propios errores cometidos, que nos llevaron a dejar la patria en semejantes manos y cuyo desastre económico costará dejar atrás. Estamos asustados porque vemos que esta entrega es de una magnitud que intuíamos, pero alcanzó una ferocidad sin límites. Entonces, ese encono y ese miedo deben ser encauzados con alguna estrategia que, como se suele decir, no pruebe con el mismo remedio esperando obtener otro resultado. Tenemos a favor que gran parte del pueblo ya comprendió el error cometido; tenemos de nuestro lado también, lamentablemente, ese padecimiento atroz que no entiende de posverdades. Ahora hace falta reunir esas emociones bajo una estrategia que, como se dice en los casamientos, no separe lo que está unido.

Decimos entonces: de cara a las legislativas de 2021, que siempre son un plebiscito, la convocatoria a internas abiertas con sistema D´Hont sin piso para todos los compañeros y las compañeras, que quieran formar parte de este momento histórico que nos convoca es la síntesis que estos tiempos cruciales exigen. Levantando las reglas del juego claras para que nadie “sienta” que queda afuera y las emociones, que siempre serán nuestro sostén, no se transformen en nuestro talón de Aquiles. Para que este enojo y este miedo puedan encuadrarse en un esquema que cambie el destino de la patria.

Todos “sentimos” que la tragedia macrista no debió haber pasado, y está muy bien; pero ahora todos debemos “pensar” por qué ha pasado, y tomar la decisión que esta hora nos reclama.

Claridad filosófica y política para enfrentar las tinieblas coloniales. Soberanía política, independencia económica y autodeterminación de las naciones para luchar contra el modelo de dependencia heredado por el macrismo. Una idea, en suma: racional y popular.

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