Por Mariano Dubin
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La diferencia central del peronismo que nace el 17 de octubre de 1945 al actual Partido Justicialista es el lugar que ocupan los trabajadores. El peronismo histórico fue básicamente el movimiento de la clase obrera. En Berisso hablé con cientos de viejos obreros que fueron parte de esa experiencia organizativa y revolucionaria que comenzó en 1945 y se hizo gobierno en 1946. El peronismo no tuvo que modular una voz -la famosa impostura que se le acusó de izquierda y de derecha- sino que fue el instrumento político que fue creando la misma clase obrera. ¿Fue sólo un movimiento obrero? Claro que no. Y fue, desde ya, muchas más cosas. Pero señalemos esto ahora: fue el movimiento donde la clase trabajadora pudo actuar políticamente desde una fuerza de base muy amplia, con síntesis ideológicas complejas y con cuadros políticos monumentales.
Hoy la clase trabajadora no es el sujeto de la enunciación, es el “objeto” de la enunciación -y, a veces, pocas, el “receptor”-. Hago esta distinción para entender de modo más profundo por qué la experiencia de Bolivia hoy puede recuperar intensidad política. Desde ya el MAS tiene tensiones y derivas burocráticas o reformistas como todo “gobierno progresista”. Pero el MAS nace como movimiento de masas movilizadas.
Recuerdo estar en el Chapare un año antes que Evo gane las elecciones: ahí ya estaba vivo un modo organizativo campesino e indígena que se estaba preparando para gobernar. Era el año 2005 y tengo la imagen de un interminable laberinto de ranchos con la bandera del MAS en todos sus techos. La política, desde entonces, no se reducía al esquema político de la burocracia electoral. Había una visión estratégica en relación al territorio, la calle y a la ocupación del espacio público.
Por eso, hace un año, en medio de un golpe racista y salvaje, la clase obrera boliviana y los pueblos indígenas nos dieron una lección política: la derrota, a veces, es inevitable. Pero la cifra futura se juega en cómo un movimiento político es derrotado. Miles y miles de campesinos, indígenas y trabajadores bajaron a combatir el golpe al grito de “ahora sí, guerra civil”. En ese movimiento está la fuerza revolucionaria del MAS. No en su “milagro económico” que, en todo caso, acompaña a un proyecto popular. Cuidado con los fundamentalistas del Excel, aunque vengan en versiones progresistas y quieran sentar en un teatro a los pobres a explicarles cómo sus vidas han mejorado. Los cambios sociales son en primera persona, nunca en las cifras del miserabilismo progresista. El caso de Bolivia (en su derrota y en su eventual triunfo) son lecciones a considerar.