El documento oficial conocido como cédula de identidad juega una función crucial en nuestras vidas, acreditando la identidad de una persona. Con una historia que se remonta a 1924, este documento ha evolucionado constantemente, tanto en su aspecto estético como en la tecnología y los datos que incorpora.
Iniciando su viaje en 1924, la cédula de identidad surge con la formación del Servicio de Identificación Personal Obligatorio. Antes de este hito, era la Iglesia Católica la encargada de mantener los registros de las personas, a través de las partidas eclesiásticas. La cédula de identidad inicial incluía detalles clave como el nombre, domicilio, huella dactilar y fotografía del titular.
En 1930, el Registro de Numeración Civil, a cargo de los Carabineros de Chile, comenzó a asignar un número a las cédulas de identidad. Más tarde, en 1937, el Ministerio del Interior estableció un reglamento para los extranjeros radicados en el país, estipulando que aquellos que residieran durante un período superior a dos meses debían obtener una cédula de identidad y residencia.
La cédula de identidad experimentó una transformación significativa en 1960, pasando de ser producida en imprentas a ser fabricada por la Casa de Moneda. Esta evolución trajo consigo un nuevo formato. En 1973, a través de un decreto del Ministerio de Defensa, se implementó el Rol Único Nacional (RUN), utilizando el Número Nacional de Identificación como referencia. Dos años después, en 1975, el RUN se estableció como obligatorio para los mayores de 12 años.
La producción de la cédula cambió de manos nuevamente en 1983, pasando de la Casa de Moneda al Servicio de Registro Civil e Identificación. En 1989, se establecieron las características técnicas de la cédula de identidad emitida por este servicio, tanto para chilenos como para extranjeros.
El año 2002 marcó el inicio de un sistema de identificación con cédulas confeccionadas en material resinoso no laminado, cuyas dimensiones se ajustaban a las normas internacionales. Avanzando hasta septiembre de 2013, se modernizó la tecnología y se mejoraron las características de seguridad de la cédula, que ahora incluía un chip con información de identificación encriptada y firma electrónica avanzada, facilitando la verificación de la identidad del titular.
Mirando hacia el futuro, a partir de diciembre de 2024, se implementará una nueva cédula con 32 medidas de seguridad. Junto con esto, se introducirá un pasaporte con 70 medidas de seguridad. Ambos documentos serán inclusivos para personas con discapacidad visual. Además, la cédula digital será una opción, permitiendo a las personas acceder a través de una aplicación en sus teléfonos móviles a servicios tanto del sector público como privado de manera más rápida, facilitando la realización de trámites vía digital.
Es evidente que la cédula de identidad ha recorrido un largo camino desde sus inicios en 1924, adaptándose y evolucionando para satisfacer las necesidades cambiantes de la sociedad. Sin embargo, una cosa permanece constante: su función esencial de acreditar la identidad de una persona. Esta constante evolución demuestra que, aunque el formato y la tecnología pueden cambiar, la cédula de identidad sigue siendo un pilar fundamental en la verificación de la identidad de un individuo.
