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En tiempos de avances de la derecha española y de un progresismo que perdió la brújula, la obra publicada por Omnívora Editora, en 2020, presenta el testimonio de primera mano del escritor argentino del Grupo Florida, devenido en combatiente antifascista.
Por Agustín Caldaroni
Fotografía: Facebook de Omnívora Editora
Las guerras no suelen contar entre sus panegiristas a los militantes de izquierda que hayan tenido parte activa en un frente bélico, más bien, la posición habitual entre los escritores políticamente comprometidos es la denuncia de la guerra. Es un cliché, a esta altura empalagoso, el carnet humanista que suelen atribuirle en las solapas de los libros a los escritores del siglo XX por reivindicarse antibelicistas. Lo cierto es que la crítica de la guerra viene después de haberla visto de frente, como combatientes o cronistas, no un pacifismo que escamotea la acción. El elogio viril de la guerra como “única higiene del mundo” del Manifiesto futurista no fue compartido por todos los intelectuales fascistas. Podemos decir que la denuncia de la guerra es una constante que no se reduce al escritor de izquierda, el pudridero de la trinchera fue también retratado en la ficción por autores que simpatizaron con posiciones reaccionarias, tenemos como ejemplo a Louis-Ferdinand Céline o Curzio Malaparte, en sus obras nace una picaresca moderna donde la única dignidad que se permiten los soldados es la supervivencia, la honorabilidad del combatiente es pisoteada por el hambre y el frío, aparece la cobardía como fuerza protagónica: un tabú dentro de la literatura bélica. En otros escritores devenidos soldados el alistamiento funciona como una experiencia iniciática, donde la guerra es una excusa para la aventura vitalista, es el caso de la obra temprana de Ernst Jünger o Blaise Cendrars. Pero si dejamos de lado las motivaciones subjetivas de esos autores para participar en la guerra, el retrato de la vida en el frente es el mismo: una carnicería sin épica.
La Guerra civil española es un caso aparte, carga con una mística romántica como ninguna otra contienda, excluyendo los combates en contexto revolucionario, que podamos recordar en el siglo xx. Tiene sus himnos republicanos, sus canciones populares, cada año aparece una nueva novela rosa que la ubica como escenario, sus series y películas. Vemos las fotos de Hemingway mezclado entre los maquis, la solidaridad de Picasso con el Guernica, las fotos de Robert Capa. Digamos que para bien y para mal, la Guerra civil española tiene buena prensa, no despierta el gusto a inmundicia de las dos primeras guerras mundiales, que suenan a reyerta color plomo disputada entre bestias mecánicas, mientras que la Guerra civil española en nuestro imaginario es una guerra entre soldados de camisa que mueren en la tierra soleada. Más allá de las movidas publicitarias que supieron aprovechar el sentimentalismo popular, la diferencia entre esta guerra y otras radica en que estamos hablando de una resistencia: la de un proyecto político donde cabían diferentes tradiciones políticas de izquierda frente a la falange rancia apoyada por nazis y fascistas.
España bajo el comado del pueblo, de Cayetano Córdova Iturburu, es el testimonio de primera mano escrito por un combatiente antifascista argentino en solidaridad con la causa republicana. Nacido en 1899, estuvo vinculado a las vanguardias del Grupo Florida, fue crítico de arte, poeta y periodista, en 1934 se afilió al Partido Comunista Argentino (PCA), este libro recoge su experiencia internacionalista, el salto de Córdova Iturburu de los cafetines porteños al fango de la trinchera. El autor describe desde la vida en las trincheras y los combates directos con el enemigo, pero también aporta información dura sobre las internas políticas entre las distintas facciones del bando republicano, explica las políticas de alfabetización o la Reforma Agraria, los errores políticos de las colectivizaciones forzosas de tierras por parte de ciertos sectores “impacientes” del sindicalismo. Es importante también la importancia que le da a las Brigadas Internacionales, donde destaca a oficiales extranjeros y los distintos temperamentos frente a la guerra, como el poeta holandés Jef Last, uno de los mejores retratos del libro, capitán del Ejército Popular que apenas habla el español, amado por sus soldados a los que trata con “cuidados maternales”, con los que comparte el tabaco y la comida, que llena cuadernitos de cartas y poemas en la trinchera, que se muestra brutal en el combate y después recita en su lengua poemas para sus soldados que no entienden una palabra y lo escuchan fascinados.
Córdova Iturburu no tiene vanidad de protagonismo, propone un descenso raso a la experiencia del soldado republicano, un Internacional, que vive y se expone al peligro como sus camaradas. Así demarca su posición: “Soy un combatiente. Este libro aspira a ser un alegato. Pero un alegato en el que la pasión y el entusiasmo se recatan en la firme voluntad de comprender y expresar con serena objetividad el resultado de mis inquisiciones”. La escritura es directa, periodística, no hay huella de la formación vanguardista del escritor, sólo cuando habla de las gestas de sus camaradas, se torna exaltado, sentimental, pero en general en términos descriptivos es seco, mesurado. Es palpable que Córdova Iturburu se contiene, tratando de limar las expresiones literarias, reducirlas al mínimo ornamento, por suerte también hay momentos de desfogue poético, en las descripciones líricas de algunos paisajes españoles, en los caminos con cuerpos pudriéndose con olores subyugantes (“olor dulzón y pegajoso, aceitoso, impregnante”), en algunas escenas de combate. Este libro es una reivindicación moral del bando republicano, hay que decir que por momentos se torna solemne, pero el autor no lo esconde ni simula distancia con los hechos que narra, el temperamento del combatiente republicano lo fascina.
A lo largo de estas páginas resuena una pregunta: “¿Por qué estamos combatiendo?” En su respuesta radica la fuerza de este libro, y esa misma pregunta nos interpela en la actualidad, la pregunta que todo militante debe hacerse, para qué combatimos y, también, qué nos diferencia del enemigo. El soldado republicano, era un soldado alejado de “la concepción clásica de la soldadesca”, es decir, de la tradición marcial del falangista. Así lo define: “Come su pan, bebe su vino, combate, da un paso al frente cuando se necesita un hombre para una misión peligrosa, canta las canciones de su país y de la guerra, respeta a las mujeres y a las gentes de la retaguardia y quiere aprender a leer y a escribir y quiere comprender los problemas políticos.” Nada más alejado del “viva la muerte” que gritaba la Falange, el soldado republicano es vitalista, exuberante. El Ejército Popular es presentado como un ejército donde, más allá de la jerarquía, las relaciones entre oficiales y soldados son de camaradería, en una misma mesa se comparte la comida y el vino sin importar el rango. La Falange se forjó en el espíritu de la Legión Española, en las Guerra del Rif, las bravuconadas, la crueldad y el sometimiento entre camaradas, la sumisión del subordinado ante el oficial. Los soldados del Ejército Popular sabían las causas por las que combatían, la defensa de la República era el estandarte a levantar y por el cual valía la pena morir. Dejando de lado la ideología nacional-católica oligarca de los señoritos del ejército sublevado, el pueblo que combatía en el bando nacional lo hacía por hambre y por terror, eran soldados sin convicción y los que tenían una causa era la de su dirigencia, un catolicismo de reacción, como un soldado fascista que mientras fusilaba obreros prisioneros, decía: “al cielo te mando, aunque no lo mereces”.
Uno de los retratos más potentes del libro es el de la “Brigada Stajanov”, conformada por soldados-técnicos antifascistas cuya misión era desarrollar en un tiempo récord avances en la incipiente industria republicana, eran obreros de fábricas y talleres que se destacaban por trabajar a tiempo completo hasta caer exhaustos; su relación con el trabajo era casi sacrificial, no había tiempo para el descanso, pero es lucha frente a la máquina no era bajo las órdenes de un superior, era pura convicción. Es un ejemplo, de cómo la idea de sacrificio por la causa no era vista como un padecimiento, era fruto de la convicción, el soldado del Ejército Popular era parte activa de su suerte, fuerza creadora, protagonista.
Hay que valorar en este libro, cuya última edición era del año 1938, además del texto, las hermosas fotos que tomó el autor, transmiten la belleza llana, del soldado republicano, que parece despojado del peso férreo, dramático del perfil militar; están sueltos y frescos. Hay que destacar también la introducción de Magalí Andrea Devés, donde da cuenta de la trayectoria político-estética de Córdova Iturburu y de otros intelectuales argentinos comprometidos en la Guerra civil española.
La idea de un escritor combatiendo, o de militantes entregándose a una causa foránea, nos puede parecer solo obra de la ficción o de viejos documentos, pero viendo la España actual donde los señoritos falangistas parecen volver a levantarse representados por VOX, notamos que la fuerzas que movilizaban a ambos bandos de la contienda siguen en disputa, ahora con otras formas. Como dijimos más arriba hay preguntas que surgen en una guerra que se pueden actualizar en el terreno de la militancia, “¿para qué combatimos?”, “¿quién es el enemigo y en qué se diferencia de nosotros?” Este libro es un análisis minucioso de la voluntad, de la moral que mueve al combatiente, un documento vivo y hermoso del experimento republicano del que aún hoy, en tiempos de administradores y técnicos, puede fascinar y contagiar fuerza.
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